lunes, 8 de octubre de 2007

Mons. Oscar Sarlinga llama a vivir una verdadera caridad social

Fuente: Aica

El obispo de Zárate-Campana, monseñor Oscar Sarlinga, llamó –en este tiempo de Cuaresma- a una renovación interior que permita “un ser humano nuevo, una mirada nueva”, al que se opone el “pecado” en sus expresiones emergentes que son la soberbia, la autosuficiencia, la envidia, la cerrazón a perdonar y ser perdonado, la codicia y la maledicencia.
“El pecado no es algo abstracto. Es, primero, una actitud interior, muy concreta –que luego ‘emerge’: su primera expresión es la soberbia, una de cuyas manifestaciones es la ‘autosuficiencia’, es decir, el creernos suficientes por y desde nosotros mismos, ‘no necesitados’, sin necesitar de nadie más . Si echamos allí una mirada, podremos inferir, a la vez, que de la soberbia y la autosuficiencia provienen el egoísmo, la obstinación, la jactancia, el ansia de predominio sobre los demás (para lo cual son ideales instrumentos la difamación y la calumnia de quien nos molesta), la indiferente ceguera ante las necesidades de los otros, la perpetua imposición del propio criterio, la sinrazón, el atropello”, subraya.
Tras recordar que “desde la soberbia, como una hija predilecta, procede la envidia –que engendra contrariedad y hasta odio (además de generar, desgraciadamente para quien la padece, la mar de frustración y dolor; es un pecado que no causa ningún disfrute)”, explica que “de la autosuficiencia procede también la cerrazón a perdonar (y a pedir perdón…), la codicia y tantos otros males (entre los cuales, ya que está, no es el menor la maledicencia, que puede obrar verdaderos estragos en las relaciones de las personas y en las comunidades). En un ámbito así, en un espíritu no sanado, no podría florecer la justicia y la caridad, y menos la paz”.
El prelado advierte que “todas las mencionadas -y muchas otras que existen- son otras tantas actitudes de la interioridad humana, las cuales, si nos fijamos, están en las bases de la división de las comunidades, de la desunión de las familias, de las peleas que nos hacen sufrir y de lo angustiados que muchas veces podemos llegar a vivir”, e insiste en la necesidad de “’mirada nueva’, un ‘corazón’ nuevo; de paz, de vivir en un medio más acorde con esa dignidad de la que Dios nos dotó. Porque no se puede salir adelante en medio de las peleas y las insidias”.
“No estamos hechos por Dios para que nuestra felicidad interior se frustre. Por divina gracia, estamos hechos para ser libres, creativos, engendradores de comunión y felicidad (que son todos aspectos de la ‘soberanía’ que Dios puso en el ser humano), pero no para ser absolutamente ‘autosuficientes’”, señala, al tiempo que exhorta a “ponerse en camino” y buscar ayuda en la oración, una oración “convalidada por una mayor disponibilidad al sacrificio y también a la renuncia generosa a alguna cosa nuestra (no necesariamente sólo material), para tener como socorrer a quien más lo necesita”.
Monseñor Sarlinga pide –citando a San Agustín- ponerle “alas” a la oración a través del ayuno y la limosna.
Mientras que precisa que “el ayuno como privación, como sacrificio espiritual (y entendamos que pocas cosas están más desvirtuadas y desapreciadas en el día de hoy, a causa del vitalismo reinante, pues muchas personas han perdido el sentido del sacrificio)”, aclara que “a la limosna nos referimos, en el sentido que posee en el Evangelio, no la limosna de lo que nos sobra, de la miseria de la que nos desprendemos (no pocas veces para tranquilizar la conciencia) frente a la abundancia de la que se goza (o de la que no se goza, como es el caso de los avaros), sino la limosna evangélica del compartir, del querer que otros sean promovidos en su vida, que salgan adelante, que tengan también un destino digno como el que nosotros queremos tener”.
“Este sentido espiritual -asegura- es el que nos lleva a querer vivir la caridad en la vida humana personal y comunitaria, en el ámbito de la familia, de la comunidad eclesial y civil, del trabajo, de la instrucción pública, de la organización social, de la ecología (ya sabemos, respecto de ésta última, los desastres que se pueden ocasionar). Eso es caridad social, y tiene que ver, sí, con la asistencia (cuando es necesaria y urgente, y que no ha de ser confundida con el asistencialismo). Tiene que ver también, y sobre todo, con la promoción humana integral, con el desarrollo integral”.
Sostiene en este sentido que “no se trata de ‘nivelar hacia abajo’, creo que se trata de tener pasión por la promoción humana, la alimentación, la vivienda, el crecimiento, la educación -dentro de la cual, ¿habremos de olvidar la ‘educación en la fe’, la catequesis?. Claro que no, es fundamental-“, y reclama que las obras de caridad social “estén bien ‘hechas’, conforme a la ley, con una administración clara, con una finalidad a la vez eclesial y social, sabiendo que evangelización y promoción humana no son separadas, pues van juntas. Esto sin excluir a nadie, por supuesto, aunque no comparta nuestra fe, pero a la vez dando testimonio de nuestra fe”.
Por último, monseñor Sarlinga agradece a “todos los que ponen pasión –tomando a veces hasta el tiempo de su legítimo descanso- para ayudar (laicos, religiosos, religiosas, sacerdotes, jóvenes y niños, incluso)” y reitera el pedido de que “’nos ayuden a ayudar’, con la oración primero, y donando, sí, y también colaborando para que las obras estén bien, sean confiables, y enteramente al servicio de la comunidad”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Navegando me he encontrado con este Blog que reune artículos y escritos de Monseñor Oscar Sarlinga:
http://paginasarlinga.blogspot.com

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